La Diarquía
Esparta siempre tuvo dos reyes, llamados arqueguetas (archagétai); eran los basilee de los Agiadas y los Euripóntidas, familias que hacían remontar su estirpe a los “hijos de Heracles”. Los arqueguetas se hallaban a la cabeza de la comunidad espartana en calidad de jefes militares supremos y de sacerdotes de Zeus.
Según Herodoto, ambos reyes poseían iguales poderes y privilegios:
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Eran sacerdotes de los diferentes cultos rendidos a Zeus. Como tales celebraban los sacrificios públicos, ocupando el primer puesto en el banquete sagrado, siendo los primeros en ser servidos y reciben doble ración. También son los primeros en hacer la libación, y les pertenece la piel de la víctima.
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Eran los jefes militares permanentes. Con anterioridad a la rhétra, detentaban el derecho de declarar la guerra. Ambos podían salir de campaña juntos o por separado.
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Desde la rhétra, eran miembros natos y permanentes de la Gerousía.
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Podían proponer asuntos a la Asamblea, y vetar sus decisiones.
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Tenían el derecho de nombrar próxenoi (representantes extranjeros).
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Estaban protegidos por un cuerpo especial de guardias.
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Cada uno disponía de dos pýthioi, oficiales que eran los responsables de consultar al oráculo de Delfos y de preservar las respuestas, únicos registros del Estado.
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Inspeccionaban la justa distribución y utilización de las parcelas.
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Ordenaban los matrimonios de las doncellas herederas de los klêroi familiares y hacían efectivas las adopciones.
La función era hereditaria por línea del varón primogénito mientras el rey detentaba el poder. Los herederos reales eran los únicos espartanos que no estaban sujetos a la educación estatal obligatoria; durante su minoría de edad, el pariente varón más cercano y de más edad era regente.
Desde siempre, la comunidad espartana ejerció un determinado control sobre sus arqueguetas por presuntas irregularidades de nacimiento o de conducta, y tuvo capacidad para deponerlos o exiliarlos. Esto estuvo institucionalizado mediante un antiquísimo ritual, según el cual cada nueve años los éforos (éphoroi, “veedores”) observaban el cielo por la noche: si veían una estrella fugaz, los reyes eran suspendidos hasta que se consultara el oráculo de Delfos.
Con la institución del Eforado los reyes estuvieron sujetos a una mayor vigilancia y responsabilidad en el ejercicio de sus funciones.
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