Las Revoluciones
Tal fue desde Licurgo, y sobre todo a partir del establecimiento del Eforado, el régimen espartano: una república aristocrática en la que la minoría de los “iguales” subyugaba y explotaba a ilotas, periecos e “inferiores”. Así se mantuvo durante cinco siglos, hasta el momento en que los romanos aparecieron en Grecia.
El régimen espartano murió a manos de una revolución impulsada por el “demos”. Como todas las revoluciones, la espartana se desarrolló en dos actos: el primero, consistió en la conquista del poder político; después, tras la derrota política de la oligarquía, se procedió a la revolución social: abolición de las deudas, reparto de las tierras confiscadas y –lo más importante– la emancipación de ilotas y periecos, base económica del régimen espartano. Esta revolución maduró durante todo el siglo IV, siglo en el que la hegemonía espartana en la Hélade, tras alcanzar su máximo apogeo, inicia su irreversible decadencia. Ya en la segunda mitad del siglo III, las fuerzas revolucionarias irrumpen abiertamente y asestan el golpe definitivo al régimen lacedemonio. El movimiento insurgente se desarrolló en dos fases. En un primer momento, la dirección del proceso estuvo a cargo de arqueguetas “demagogos”, que pretendieron volver a los tiempos de Licurgo; aunque asestaron duros golpes a la oligarquía, no la liquidaron definitivamente y la contrarrevolución volvió a entronizarla. Finalmente la dirección de la insurrección cayó en manos del tirano Nabis que la condujo a su triunfo definitivo.
Las crisis
La guerra del Peloponeso causó grandes destrucciones en toda la Hélade, especialmente afectados fueron los campesinos del Ática, debido a las asoladoras campañas de Arquidamo y a la devastación sistemática que llevaron a cabo los ejércitos espartanos, a lo largo de casi una década. Simultáneamente se observaba en Grecia, una concentración de riquezas, jamás vista hasta entonces, en las manos de poquísimas personas.
Esparta fue la menos afectada por los destrozos y la más favorecida por el flujo de riquezas generado por la guerra. Enormes cantidades de metales preciosos inundaron Esparta: una parte era la formada por los subsidios persas recibidos por Alcibíades, por Lisandro, por los círculos gobernantes espartanos, inclusive por los jefes segundones; además, estaba el enorme botín de guerra de oro y plata, en monedas, en lingotes, en alhajas, que trajeron los navarcas y harmostes espartanos.
Gran parte de estas riquezas fueron empleadas en el acopio de los klêroi de las familias empobrecidas y arrojadas a la orfandad por la guerra. Esta presión fue tan grande que, hacia el año 400 a.n.e., el éforo Epitadeos hizo pasar una ley que legalizaba las ventas de klêroi. Esto aceleró la concentración de tierras a un ritmo tal, que ya en la primera mitad del siglo IV el número de “iguales” se había reducido a 1500 personas, y en la segunda mitad sólo quedaban unos 1000; un siglo después de Aristóteles este número quedó reducido a cien. La gran mayoría de antiguos ciudadanos habían sido reducidos a la situación de “inferiores”. Para el cultivo de las grandes posesiones, los espartanos comenzaron a adquirir esclavos en gran cantidad.
Otra parte considerable de las nuevas riquezas fue invertida en toda clase de fantasías, antojos, caprichos y lujos; esto puso fin a la tan renombrada sencillez y severidad de las costumbres espartanas. Laconia y Mesenia fueron cubriéndose de lujosas viviendas y fincas1[1431], las frecuentes fiestas se convirtieron en el principal pasatiempo de la oligarquía espartana.
La otra cara de este proceso de concentración de las riquezas fue el empobrecimiento general de la mayoría de la población espartana, su progresivo endeudamiento y dependencia.
Así mismo, la pronunciada disminución de los ciudadanos-guerreros tuvo sus efectos sobre la organización militar: las levas de periecos llegaron a ser cada vez más numerosas, con el consiguiente descontento de estas comunidades; igualmente crece el número de contingentes cubiertos por los “inferiores” –neodamodes y epeunactes–. Sin embargo, el cambio militar más importante fue la institucionalización del ejército mercenario.
Debido a su masivo aumento y a su mayor empobrecimiento, los “inferiores” empiezan a formar agrupaciones hostiles para conspirar contra el orden existente. La novedad de estas nuevas confabulaciones es que pretenden incorporar a su movimiento a ilotas y periecos. Una de estas conspiraciones se ha hecho famosa gracias al relato de Jenofonte que, en sus Helénicas, refiere la conjuración de un tal Cinadon que tuvo lugar allá por el año 399.
Cinadón era un joven espartano que no pertenecía a la clase de los “iguales”. Consideraba como enemigos del pueblo a los espartanos con plenos derechos y pretendía su destrucción.
Sólo en el año 396, después de haber aplastado el movimiento de Cinadón, Esparta se encontró en condiciones de consolidar su hegemonía en toda la Hélade; tras la guerra de Corinto, el poderío espartano había llegado a su apogeo, y hacia el año 379 casi toda Grecia se inclinaba ante ella. Esta situación duraría poco, en el año 371 a.n.e. el ejército espartano –formado por más de 10.000 soldados– fue derrotado, en Leuctra, por siete mil guerreros beocios mandados por Epaminondas. La consecuencia de esta derrota fue el declinar de la antigua grandeza espartana y de su hegemonía en toda Grecia. Fue la señal para el desmembramiento de la confederación peloponésica y para el surgimiento de amplios movimientos sociales que se extendieron por la mayoría de los estados del Peloponeso; las sublevaciones del demos se generalizaron durante el año 370, la lucha entre pobres y ricos alcanzó su máximo antagonismo en ciudades como Argos, Corinto, Sicción, Figala, Tegea.
En esta situación, Epaminondas asestó a Esparta un golpe aún más grave. Reunió en torno suyo a los ejércitos de todos los estados democráticos del Peloponeso que se habían sublevado contra Esparta e invadió la Laconia hasta el golfo. Los ilotas se amotinaron, uniéndose masivamente a los invasores. Los periecos se negaron a alistarse en el ejército espartano; facilitaron guías a los invasores y, cuando éstos aparecían, se unían a ellos. Sin embargo Epaminondas no tomó Esparta, se dirigió hacia el sur y, tras asolar el país, llegó hasta la costa; allí se apoderó del puerto principal de Laconia, Giteión, donde estaban los astilleros lacedemonios. Posteriormente Epaminondas acudió en ayuda de Mesenia, que se había sublevado contra Esparta, contribuyendo a su liberación. Una vez expulsados los espartanos se distribuyeron las tierras y se fundó, en las laderas del mítico monte Ithome, la polis de Mesena.
La pérdida de Mesenia, la región más fértil del Estado espartano, asestó a éste un duro golpe del cual no logró reponerse. En los dos años que siguieron a la batalla de Leuctra las relaciones políticas y sociales en Grecia cambiaron bruscamente. La oligarquía espartana fue reducida a un estado de completa disgregación. Perdió una gran parte de sus tierras y fueron emancipados la mayoría de sus ilotas. La liga peloponésica se disgregó y Arcadia se convirtió en un Estado independiente, con Megalópolis, construida con dicho fin, como capital.
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